“Y tejerme la piel a una lámpara de aceite”.
La única forma de iniciar este verso roto
de antemano,
en noche sin luna llena,
en cuarto menguante el palpitar.
No hemos sabido querernos
esta vez tampoco.
Sí a sorbos envenenar
de nuevo.
Tortura por quererte
y no querer amarte más,
creo,
en el saber probable
del volver a errar.
Incompatibles pero insaciables,
poema marchito de anteayer
donde puñales en mano
tanteamos del otro el reaccionar
en el encaro del querer.
No tan incompatibles al fin y al cabo.
Y algo más cerca
ya ardemos sin quemarnos.
Dulce tortura, en la espera
no finita
a la orilla de tu regazo,
donde levanto una verja
sin candado
frente a tu mirada fija.
Por donde se me cuela un escalofrío
en la calma de tu cuerpo,
en el silencio de dos manos
que se cobijan.
Y a mordiscos con las sogas
estos corazones se revelan.
Dicen que quieren salir huyendo
por el hueco de la escalera
Hasta el séptimo cielo
por caminos de piedras.
Y perder los zapatos
en el río de los sueños
por donde cruzar solo se puede
descalzo,
si no, demasiado peso.
Pero tú y yo en el sabernos
ahogados
sólo de pensarlo
les hacemos un doble lazo.
Y nos quedamos cómplices
quietos y mirándonos.
Ahora aquí sí
hemos hallado el equilibrio
entre tu carácter y mi exigencia.
En un deseo estático
de amor puro
sin poder dañarnos,
clandestino y voceado
de mis labios a los tuyos
y viceversa.
Ya una verdad hemos hecho nuestra
en tiempos de paz y guerra,
“Dolor y vida en el frente
o arribados a la chimenea
por querer
y no querer tenerte”.