lunes, 21 de junio de 2010

Había un confitero. Era mi amigo.
Ese amigo mayor de que presumes.
¿Qué vas a ser, cura o torero?,
me preguntaba. Yo suponía que tendría un pastel
si decía torero. Entrecortado y mudo,
dudaba siempre entre la teja y la montera.
Y no elegía nada.

Y es que de niño sueles fijarte en esas cosas, por solemnes.
Nunca miras al suelo
aunque lo tengas a tu alcance a todas horas,
ni reconocer tus zapatos.
Y así una noche, vi un gorro de soldado
azul y de cartón
y aquella noche azul
todo era de cartón menos el gorro
que no pude tener.
No volví a ver al confitero.
Se me murió esa noche azul,
entre cartones de preguntas y sueños derrotados.
Y al levantarme gris me percaté
de que no usaba zapatos sino botas.

-Javier Gúrpide-.
También montarse en un expreso
es una forma de huir
romper fronteras
seguro, entre carriles,
abandonar cosechas,
dejar un testamento de cenizas al rocío.
Y es madrugar la ausencia y, en la boca,
ese sabor a ayuno de estudiante.
También, volver de día a los abrazos
y, en el crepúsculo,
a las canas de tanto amor-correo,
a las arrugas que esculpe la añoranza.
O regresar nocturnamente,
años después, con sólo una maleta
de vacíos.

-Javier Gúrpide-.
Que hay praderas de arcilla,
ríos turbios. Un poco más allá.
Donde se enfría la distancia.
Brechas de plomo en las ventanas
velando los paisajes.
Y hay esa longitud del viento
que me entrega recuerdos y deshaucios
tan de lejos...
Tan largos, que me escuecen.
Que así me han hecho, quebradizo.
Una pasión de vidrio a borbotones
contenida
entre emplomados y fisuras.

-Javier Gúrpide-.

Sin dueño. Poema de Javier Gúrpide.

Mientras, a nuestra espalda, inadvertidas,
las madres de la guerra se llenaban de silencios.
Con la mirada fija que pintaron el hambre y los adioses.
Hoy no sabría calcular el frío de las horas que
entonces no sentíamos.
Las madres arrojaron en las playas
redes, remos y quillas.
Y en el campo sin surcos, los arados.
Los niños preguntaban a las madres
por qué sólo las armas tienen dueño.

Un despego de labios sin sonidos selló sus bocas.
Y las puertas de sus vientres-pobre VIDA-.
Yo no podría ahora mojar tanta aridez
ni ellas pudieron llorarla en sus adentros.