viernes, 13 de mayo de 2011

Carta en homenaje a los jóvenes estudiantes argentinos torturados y asesinados por la dictadura militar.


No es mío el miedo al vacío ni el abandono del cuerpo cuando la mente está demasiado desgastada por la tortura, sí lo es la ira, pero los siento como propios cuando les recuerdo. Secuestrados por la dictadura junto con su logro de la libertad, junto con su juventud. Viva cuando tan sólo tenían pesadillas con la posibilidad del sufrimiento por la represión, condena por realizar lo indebido, lo contrario a lo impuesto. Marchita cuando los débiles dedos empuñan barrotes, con mil años de vejez, con una eternidad adentrada en sus uñas, que desgarran la historia y mi presente porque duelen.

No diré prisión, ni zulo, ni tan siquiera infierno, diré cloaca de la dignidad humana, menos aún, aliento de putrefacción del alma, de la pérdida del último ápice de aprecio por quien delante de su pica, indefenso, moribundo, le mira. Quien invicto no confesó lo hecho ni lo que no fue propio. Lágrimas por la libertad presa. Qué escapará al alba, abandonando a aquel que la alzó.

Estoy prácticamente segura que fueron pocos los que acusaron. No dividieron, no vencieron. A pesar de que puede suceder que el rebelde, tan valiente como mortal, torne su llanto en desesperación con la rendición del sueño, que se subyuga al delirio, cuando la esperanza es acribillada en cada nuevo fusilamiento al amanecer. Habrá lamentos silenciosos a la noche, individuales, para con uno mismo, pero unidos en secreto con la fuerza de la resistencia, cuando el abismo se la encare. Uno más anónimo, una más llorando en la distancia, dónde las lágrimas de una madre son desconsuelo perpetuo, que ha de dar por muerto a su hijo desaparecido.

Y el guardián-torturador sólo sabe contemplar sin identificarse con los actos de su mano ni la hiel de sus palabras, más perro que hombre, casi muerto, espectro, que no conoce el vigor ni se arma de valor para asumir el peso de sus decisiones, obedientes, condenatorias. Jamás aceptará su responsabilidad, hay decisiones que no pueden albergar alternativa posterior, entre ellas las que sentencian vidas y destinos. Llegará un día en que sólo le preocupe la amnistía para poder empezar de cero, y pensará que es así como tiene que ser, que él no es más que una víctima de las circunstancias. Como si la absolución le perteneciera de antemano por ser peón, por acatar, como cualquiera hubiera hecho presa del pánico. Pero este desdichado lo que no puede soportar es acabar su vida acusándose desde éste momento, desde el instante en que aceptó someterse. Desde el primer puñetazo, la primera patada, la violación inicial, la amputación de miembros, los interrogatorios inhumanos, más bien, porque humanos son, que se hayan en esa parte de la humanidad que se tacha de inmoral, más aun, de bárbara, de asesina del hermano, por sospechas infundadas y las que son ciertas, pero ante todo, son peligrosas por reafirmar la libertad mediante la defensa de ideales enfrentados a un régimen opresor, a la dictadura de Videla. El dictador teme a la pluma y a la unidad del pueblo, a unos menores de edad, a las manifestaciones de su fuerza como individuos concienciados que enfrentan lo impuesto y la injusticia en unidad, que no se dejan dominar.

Eran peligrosos, y más aún, eran prescindibles, en un sistema en que hay que amordazar las ideas y el sentimiento. Y es que ellos demostraron tener más poder que los antidisturbios a caballo, que las armas de fuego. Incombustibles, pero no solos, sino con el resto del estudiantado, que consiguieron movilizar para la victoria. Y fue suya.

Sin embargo es innegable que ellos fueron “líderes” de sí mismos y que pudieron levantar a la juventud. Tuvieron las ideas y animaron a otros a que aportasen las suyas y se reunieron, organizaron, difundieron, convocaron y no se rindieron y consiguieron el apoyo de sus compañeros. Por todo ello fueron castigados, por llevar a cabo las expresiones más puras de la autodeterminación.

Expuestos los hechos, queda pendiente la reflexión particular de cada cual. Pero es una aberración que en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje y en el de los movimientos sociales activos dentro de éste no se conozca “la noche de los lápices” ni a los estudiantes que fueron sus víctimas, por ser sólo jóvenes que querían expresarse y dedicarse a la lucha pacífica para reivindicar todo aquello que estaban convencidos que les pertenecía y que no podían arrebatarles. Este artículo es en su memoria y para todo aquel que se mueve para contribuir con su dedicación a un logro mayor, que entrega, altruista, a la humanidad. Porque juntos vencemos, porque juntos somos temidos por contener la verdad y la fuerza para difundirla y conquistarla.

Pero ante todo, las decisiones que cada uno toma durante su vida le conducen al destino que él elige. Más aún son decisivas y asientan huella más allá de lo que uno cree, porque no sólo nos influyen a nosotros mismos, sino que quedan para todos, para la que podemos llamar “sociedad” a través de un “qué hacer general” realizado por cada individuo pero ligado siempre al del resto del grupo con el que convive. Por eso, una vez tomadas las decisiones, es necesario comprometerse con ellas, es necesario conocer las consecuencias y saberse firme ante la responsabilidad. Por que quien emprende y abandona volverá a la esclavitud, al conformismo, a ser sometido y a dejarse conducir, como quien nunca emprendió. Con su exilio aumentará el rebaño de los durmientes, de los casi muertos en vida. Es dura la lucha porque conlleva frustración y dolor. Por eso es más cómodo sólo estudiar, sólo trabajar, sin preocupación mayor que la propia existencia, y ponerse la venda para no tener causa para la desazón ante lo que uno puede hacer y no hace, individual y colectivamente, por poco que sea, a pesar de que siempre pueda hacerse más.

Pero a pesar de la derrota nunca llega el fracaso, si no decae el ánimo, a pesar de la turbación, y con mayor ahínco se sigue, renovando la ilusión y el ansia de victoria, posible. Y pertenecerá siempre a aquellos jóvenes argentinos que no se rindieron. El fracaso, en cambio, acompaña tanto al exiliado que acepta, rechazando la alternativa que emprendió por costosa, como al pasivo que nunca se interesó.

Estas líneas las escribo no como elegía a aquellos que perdimos, asesinados, luchadores que no bajaron la mirada, sino como canto a su libertad. Su historia es nuestra historia. Y su legado un tesoro.

Ellos fueron: María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Daniel Racero, Horacio Húngaro, y Francisco López, entre otros.

Hasta siempre,
una admiradora que os llora.